Aviso: se desvelan detalles y giros de la trama de ‘Eternals’, película aún en salas de cine.
Eternals es, quizás, la primera película de Marvel Studios -que no sobre personajes Marvel- en emparentar con la ciencia-ficción progresista reciente de Hollywood tanto en la forma como en el fondo. No tanto por el beso homosexual, que es más bien anecdótico, o por la diversidad de sus personajes -que si acaso acerca al cine los grupos multiétnicos habituales en viñetas desde la renovación de los X-Men en 1975- como por el villano, que viene a ser una mezcla del colonialismo y la masculinidad herida.
Ikaris, el personaje trasunto de Superman y «protagonista» teórico en los cómics originales de Jack Kirby, traiciona a los Eternos y se revela como el asesino de su líder, Ajak, debido a su empeño en seguir las reglas y cumplir con las órdenes de Arishem el Celestial, su creador. Dispuesto a ser cómplice de la destrucción de la Tierra, Ikaris lleva el cumplimiento del deber hasta el extremo de atacar a su propia familia, aunque finalmente es incapaz de dañar a su expareja, Sersi y permite que esta detenga ‘El Surgimiento’, el nacimiento de otro «dios espacial» a costa de la extinción de la Humanidad.
El traidor, por tanto, no es derrotado, sino que se rinde. Lo vemos llorar en el flashback en el que deja morir a su figura «materna», Ajak, y de nuevo cuando no consigue enfrentarse a Sersi. Incapaz de cumplir con las reglas que ha aprendido -obedecer a Arishem- pero también de vivir con las decisiones que ha tomado para seguirlas, finalmente Ikaris, en una nada disimulada referencia a su cuasi homónimo mítico, se suicida volando dentro del sol. Es también el eterno tropo de la redención masculina mediante el sacrificio heroico, pero aquí desprovisto de elementos que lo muestren como positivo.
El Universo Marvel del audiovisual ya había experimentado con su propio estudio de la masculinidad herida ante las expectativas heroicas o de poder a través del personaje de Thor. Un poco por casualidad, el héroe nórdico acaba «deconstruido» entre las películas Thor: Ragnarock y Avenges: Endgame. Con la madre de todas las relaciones tóxicas con su padre Odín, el «dios del Trueno» acaba asumiendo que nunca será el príncipe de Asgard ni el héroe perfecto que le exigían otros o él mismo, y que debe buscar la identidad en la que realmente esté a gusto. En parte es un comentario metalingüístico alrededor de las dos primeras películas del personaje, bastante flojas, y en parte un movimiento involuntario por parte de Marvel, pero funciona por lo poco explorado en el cine -el cómic es otra cosa-.
Eternals se une así a The Last Jedi, una película muy superior en casi todos los aspectos pero que tiene en común el subvertir las expectativas en cuanto al funcionamiento de la «épica» de la franquicia en la que se enmarca. En aquella Luke Skywalker, que en su trilogía de nacimiento sirvió como mezcla de Rey Arturo y futuro Merlín, se muestra como un héroe fallido, aplastado por el peso del fracaso y que huye de sus responsabilidades. Sus equivocaciones al entrenar a su sobrino y el dolor de perder a sus alumnos, provocan en Luke una vergüenza insoportable: no es el héroe perfecto que todos creían. En realidad, por lo que sabemos, su entorno no lo culpa por lo ocurrido, solo él -y los espectadores, de nuevo la lectura meta- entiende que debería ser permanentemente una expectativa cumplida y sin mácula.
El mismo Kylo Ren es un villano basado en un concepto de la masculinidad tremendamente tóxico de forma explícita. Ben Solo, hijo de Han y Leia, es poco menos que un «niño rata», un «fan» de Darth Vader obsesionado con la figura de su abuelo, que lo imita portando una máscara que no necesita y solo guarda una rabia infantil hacia los adultos y un mundo que cree que le debe algo. Ren pelea contra las expectativas que se siente incapaz de alcanzar y que, principalmente, se impone él mismo, ya que en las tres películas en las que aparece apenas su tío es el único de sus cercanos que lo da por «perdido»: sus padres o su enemiga-amiga-amante Rei creen en su posible redención incluso más allá de la muerte.
Una deconstrucción aún más explícita, si cabe, se produce en Blade Runner 2049. Además de subvertir las expectativas de los fans de la original casi por necesidad creativa, la película de Villeneuve se dedica a renegar de todos los tropos del cyberpunk cinematográfico o literario desarrollados en los casi 40 años que separan una cinta de otra. Si Matrix fue el culmen de dicha evolución desde la contracultura al narcisismo extremo de nuestro siglo, con una falsa épica antisistema en la que lo individual acaba primando sobre lo colectivo y un protagonista que se convierte en «el elegido» sin ningún tipo de desarrollo moral que lo respalde, Blade Runner 2049 puede leerse como «el antiMatrix».
K, el protagonista, cree ser «el elegido», pero solo es un individuo más, y no uno especialmente brillante. Su novia está programada para quererlo, es una mujer-objeto de manera absolutamente literal, y se inventa un padre legendario porque carece de otra referencia. Pero todos se revelan como las imposturas que son, y el desarrollo heroico-moral del personaje se produce a partir de que admite su propia mediocridad y toma decisiones enmarcadas dentro de un bien mayor que va más allá de su individualidad, hasta el punto de sacrificarse de forma completamente anónima.
Tampoco hay que pensar que nadie ha inventado la rueda. Sin categorizarla como en la actualidad, la masculinidad herida y/o tóxica ha definido a los villanos de cine, cómic o literatura durante décadas, si no siglos. El motor de Lex Luthor, el peor enemigo de Superman, es la envidia por los increíbles poderes de este a pesar de que él mismo es uno de los hombres mas inteligentes y ricos del mundo. Incluso en los 50 y 60 era el rencor por provocar su calvicie, en una especie de emasculación simbólica. Pero era un villano y en el fondo no se criticaba el constructo de la masculinidad en sí, sino que se presentaba la suya como «débil» en contraste con la del héroe y protagonista.
Revoluciones parecidas en la manera de representarte lo «heroicamente masculino» se han dado siempre. De nuevo en 1975, casualmente, Steven Spielberg nos presenta en Tiburón un final en el que sobreviven el joven científico con barbas y el padre de familia que expresa sus sentimientos, miedo incluido, mientras el héroe curtido veterano de la Segunda Guerra Mundial, presentado previamente con todas sus aristas, se marcha al fondo del mar junto al monstruo. El mismísimo Spiderman, nacido en 1962, se presenta tanto como una parodia del hasta entonces arquetipo clásico del superhéroe como un «nuevo hombre» que dialoga con la contracultura de la época. Peter Parker es torpe de verdad, no lo finge como Clark Kent, cuidador, expresa sus sentimientos y no tiene miedo a ser considerado un «beta» por no cumplir con ciertos estereotipos.
Es irónico cómo el cine de acción en general y el superheroico en particular parecen estar curándose, aún ahora en los nuevos años 20, del retroceso conceptual en cuanto a la representación POP de la masculinidad, como de tantas otras cosas, que supusieron los años 80 y 90. Se pasó del, igualmente tóxico pero por otras razones, modelo del introvertido, excesivamente psicologizado e intelectual Woody Allen de los 70 al hipermusculado, falso perderdor y falso rebelde de Sylvester Stallone. Entre ambos media un abismo que va desde, por traerlo a términos del psicótico debate español actual, lo «progre» a lo neoconservador. En términos Marvel, del Peter Parker universitario, vulnerable y herido por la muerte de sus seres queridos en la etapa del guionista Gerry Conway a personajes como El Castigador o los hipermusculados pistolones de los 90 en la Era Image.
Desde luego Eternals está muy lejos de suponer la revolución más allá del marketing que algunos sectores han querido ver y es difícil que «contagie» a sus sucesoras en el UCM. The Last Jedi ya sufrió las iras de un fandom infantilizado y poco dado a apreciar sutilezas, con decisiones muy cobardes y creativamente fallidas por parte de la misma Disney. Pero sí que podemos considerarlo una novedad bienvenida, que acerca a la Marvel del cine un poco más a algunos experimentos puntuales del cómic, y que amplía cierta línea de ciencia-ficción progresista del cine donde encajarían también el último Mad Max o la muy fiel al referente en papel Logan.
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