Logan el anticapitalista

La ficción es la manera en la que procesamos la realidad, y la nuestra, hasta desde el mainstream, nos grita que estamos enfermos, que nos estamos muriendo. Si Mad Max: Furia en la carretera era un alegato feminista, socialista y ecologista, Logan es otro escalón más en las superproducciones que, no está claro hasta qué punto conscientemente, reniegan del sistema que las crea y retratan un mundo en decadencia en el que rogamos por un resquicio de esperanza.

El referente en viñetas de la última entrega de Lobezno es la Old Man Logan de Mark Millar y Steve McNiven, que partía de la misma premisa de Logan como el último x-men vivo, aunque el resto de circunstancias cambiaban. Homenaje directo a Sin perdón, el viejo Logan vive en unos EEUU donde los supervillanos han ganado y tomado el control. De alguna manera el 2029 de la película es el mismo mundo, sólo que más cercano a nuestra realidad, donde las grandes empresas acaparan agua y tierras para fabricar refrescos de moda, utilizan a los niños como armas y son capaces de provocar un genocidio por un experimento. Eso ya no es ciencia-ficción en nuestro 2017.

Logan presenta un mundo enfermo, en el que las personas decentes son masacradas simplemente por defender sus casas y querer tener una vida sencilla, donde la mayor parte de la población vive embrutecida en casinos y pendientes de la televisión y además se nota el deterioro de una vida en permanente crisis económica, mecanizada y con unos derechos humanos que importan menos que el balance de cuentas de unas grandes firmas sin cara. Eso tampoco es ciencia-ficción para nosotros en 2017.

Los X-Men son los antisistema del Universo Marvel, siempre huyendo, siempre con desconfianza hacia ese mundo que los teme y odia pero que han jurado proteger. En los inicios de la actual cultura POP representaban a la adolescencia naciendo como nicho de mercado –igual que Spiderman–. Han sido los judíos en el Holocausto y los sudafricanos en el apartheid, también, en el manifiesto de la etapa de Grant Morrison a los guiones, eran cada joven airado que quería cambiar el mundo frente a la decadencia de los adultos que lo dominan.

Logan vuelve a actualizar la metáfora de la franquicia mutante convirtiéndolos en los niños refugiados del holocausto sirio, la gran catástrofe del siglo XXI, que prefigura quizás nuestro doloroso futuro y que no estamos sabiendo afrontar con la suficiente responsabilidad ni humanidad. Los niños perdidos de X-23 son los mismos que se acumulan en Lesbos con traumas que nadie de su edad debería sufrir y que quizás nunca sepamos como curar.

El paralelismo con Mad Max: Fury Road no es casual. Este Logan crepuscular tiene mucho en común con Max el errante y con los héroes involuntarios del oeste a los que se homenajea directamente durante la película. Como Max en su tercera entrega, el triunfo de Logan es salvar a los niños que pueden pelear por construir una sociedad diferente y mejor. Persecuciones en coche, muertes de los aliados y ese horizonte del Lugar Verde que puede existir o no –que en realidad tenemos que construir nosotros– hacen que Logan sea prima hermana de Fury Road.

Bebe también, claro, de la mencionada Sin perdón, de Hijos de los Hombres, de El lobo solitario y su cachorro -en los cómics de Lobezno ha habido varias referencias a este manga, más o menos explícitas-, del Omega Man de Charlton Heston y, por supuesto, de La carretera, además de un paralelismo discursivo de todas ellas, aunque no lo busquen, con ese 2001 con sentimientos que es Interstellar y ese 2001 antiheteropatriarcal y de letras que es Arrival. Padres e hijos y cómo recuperar una vida más humana para estos últimos como la gran pregunta de la ciencia-ficción en la gran crisis del siglo XXI.

Por eso están las autorreferencias dentro del propio universo X-Men, con el Xavier demente de Onslaught, la ‘X’ del sacrificio final de Lobezno en su enfrentamiento contra los Cosechadores o la extinción programada de los mutantes. Todas adecuadas al contexto, con un Patrick Stewart que se despide de su segundo capitán Picard, de un líder ético, con fallos humanos pero responsable, que sabe defender ante la adversidad unos postulados humanistas gracias a los cuáles es capaz de mostrar la mejor versión de quiénes asume bajo su cargo.

El final de Logan, como el de otros apocalipsis esperanzados recientes, que claman por un discurso del optimismo en el mundo real que retratan, es abierto y agridulce. Sacrificio e incertidumbre para una apuesta por un futuro mejor, más humano, pero en el que, por desgracia seguirán mandando los villanos, los hombres máquina, psicópatas que ven a los otros humanos como recursos que utilizar.

Pero siempre podemos pelear contra nuestra programación, podemos seguir aspirando al Lugar Verde, al Edén, porque no estamos solos. Ríctor habla con alguien al otro lado de la radio. Los cómics que lleva consigo X-23 son un mensaje que alguien sin identificar ha enviado a los mutantes refugiados dentro del argumento de la película, pero también son el giro final de la metáfora para el espectador. Los propios X-Men, en cualquier formato, son un mensaje para nosotros, que nos habla y nos ayuda a cambiar si así lo queremos.

Defiende un mundo que te odia. Busca a gente a la que amar y construye con ellos un mundo mejor. No te conviertas en lo que los villanos quieren que seas, y así, los nuestros sobrevivirán y, más tarde o más temprano, ganarán.

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