
En la nueva serie de The CW, Superman&Lois, el primer capítulo abre con un flashback que resume con cuatro apuntes la trayectoria heroica de Superman en ese mundo. Su niñez, la muerte por infarto de Jonathan Kent, el descubrimiento de su origen kryptoniano y su primer rescate como Superman. Clark evita que un niño sea aplastado por un coche que se sale de la carretera. Tras dejar el vehículo en el suelo sin daño para los ocupantes, busca al pequeño para despedirse. El niño le dice: «Me gusta tu traje». Y Clark sonríe y le responde: «¡Gracias! Me lo ha hecho mi madre».
Con poca diferencia, y disponible en España en la misma plataforma, HBO, se ha estrenado el célebre Snyder Cut de La Liga de la Justicia (2021), en el que supuestamente Superman con su traje negro es un personaje central, aunque no lo veamos hacer demasiado. Y lo poco que sí es horrible: golpea a un enemigo ya caído, lo mutila con su visión calorífica e incluso participa en su asesinato cuando está indefenso a manos de Wonder Woman. La película, encima, se empeña en vendernos el momento como épico y catártico.
El nombre de Martha Kent, por cierto, fue fundamental en la anterior entrega de la trilogía DC de Snyder, Batman vs Superman, con la coincidencia de su nombre con el de la señora de los Wayne, algo forzado en su introducción, facilitando la paz entre ambos héroes. Un giro que venía a redimir el inquietante papel de Jonathan Kent en El hombre de acero (2013), poco más o menos que invitando al joven Clark a no salvar a nadie en una interpretación nada amable de la función del superhombre.
El disfraz de Superman
Superman siempre ha sido sospechoso para cualquier analista externo. En 1964 Umberto Eco lo convertía en hilo conductor de su Apocalípticos e integrados, ensayo fundacional en el estudio de la cultura POP que, sin embargo, se enfrentaba a los superhéroes sin conocer aún su evolución en los personajes de la Marvel. Para el italiano, la clave de Superman es el personaje de Clark Kent, un humano tímido, apocado, débil, al que ignora su amada (y, en giro parsifalista que señala también Román Gubern, él la ignora de vuelta cuando se pone el traje) que oculta bajo esa capa al poderoso Superman:
En una sociedad particularmente nivelada, en la que las perturbaciones psicológicas, las frustraciones y los complejos de inferioridad están a la orden del día; en una sociedad industrial en la que el hombre se convierte en número dentro del ámbito de una organización que decide por él; en la que la fuerza individual, si no se ejerce en una actividad deportiva, queda humillada ante la fuerza de la máquina que actúa por y para el hombre, y determina incluso los movimientos de éste; en una sociedad de esta clase, el héroe positivo debe encarnar, además de todos los límites imaginables, las exigencias de potencia que el ciudadano vulgar alimenta y no puede satisfacer.
[…]
Clark Kent personifica, de forma perfectamente típica, al lector medio, asaltado por los complejos y despreciado por sus propios semejantes; a lo largo de un obvio proceso de identificación, cualquier oficinista de cualquier ciudad americana alimenta secretamente la esperanza de que un día, de los despojos de su actual personalidad, florecerá un superhombre capaz de recuperar años de mediocridad.
Es la misma interpretación de Bill, el villano de Kill Bill vol. 2 (2004) por boca del cuál habla Quentin Tarantino en la segunda parte de su festival de casquería y metalenguaje. Según él, la gracia de Superman es que mientras el resto de superhéroes se disfrazan para serlo, él no. La ropa que viste es la que lo acompañaba en su cohete de niño, Clark Kent no es su verdadero nombre, sino Kal-El… Clark sería la opinión que Superman tiene de nosotros, los meros mortales, y por eso es cobarde, débil, poco menos que un bufón, a la manera de la interpretación de Christopher Reeve en Superman (1977) y sus secuelas.
Esta dicotomía la tomó Mark Waid en su etapa al frente de los guiones de la Liga de la Justicia dibujada a ratos por Bryan Hitch. En los números 51 a 54, publicados en 2001, los héroes son atacados por una tecnología extraterrestre que divide sus identidades, de tal manera que Bruce Wayne queda separado de Batman, Wally West de Flash o Clark Kent de Superman. Solo Wonder Woman y Aquaman, que simplemente son quienes son, no se ven afectados. El resultado es que casi todos se vuelven un poco locos: Wayne sin Batman es un niño traumatizado sin la disciplina aprendida para controlar sus demonios, y Batman sin Bruce es un detective perfecto sin ninguna motivación.
El arco no profundiza demasiado en Superman porque se trata de una serie coral, y de hecho el Clark sin superpoderes es un tipo verdaderamente soso, sin nada de la bondad o simpatía que inspiran a Lois Lane. Lo interesante es Superman sin Clark, que pide que lo llamen Kal-El y no viste el traje circense de la capa, sino alienígenas ropas kryptonianas. No es un héroe porque no tiene motivos para empatizar con la especie humana, simplemente los observa como entomólogo a un puñado de insectos. Wonder Woman es la primera en darse cuenta de que ese ser distante que le responde no es su amigo, sino otra cosa.
El hijo del granjero
En Es un pájaro… (2006), ensayo autobiográfico en viñetas del guionista Steven T Seagle dibujado por Teddy Kristiansen, el propio escritor se enfrenta a sus dudas sobre el personaje antes de aceptar o no encargarse de sus series. En un momento dado discute con su predecesor en el cargo, Joe Allen, sobre el vuelca todos los prejuicios posibles de un observador poco familiarizado con Superman o que quiera sonar adulto y descreído. Llega al punto de subir un dial al asumir la condición de inmigrante definitivo del héroe y afirmar que «es un extranjero que se queda con nuestro trabajo y persigue a nuestras mujeres». Allen no puede sorprenderse más y responde con sencillez: «Es el hijo de un granjero… ¡persigue a una mujer como cualquier tío!».
A lo largo de los años Superman se ha enfrentado a todo tipo de retos y de advenedizos que reclamaban su puesto. Desde el Magog de Kingdom Come hasta la dictatorial The Authority, con la que dentro de poco volverá a cruzar sus caminos. Recientemente se recuperaba la memoria de Superman contra el Klan, convertida ahora en novela juvenil superventas pero originalmente un serial radiofónico que, allá por 1946, sirvió como punta de lanza a una campaña de desprestigio del KKK, entonces aún legal en gran parte de EEUU. Es adecuado que vuelva ahora, cuando un reverso tenebroso y trumpista del héroe, El Patriota de The Boys, ha saltado al imaginario POP compartido.
La interpretación de Zack Snyder de la Liga de la Justicia presenta a Superman como el regreso de la esperanza a un mundo que la ha perdido, aunque esa esperanza sea un musculitos descerebrado y torturador. La versión de Joss Wheddon, muy inferior en general al montaje del director original, si es consciente de las deprimentes implicaciones ideológicas de semejante sesgo y presenta el retorno del héroe de forma mucho más mesiánica, jugueteando con introducir los acordes de la fanfarria de John Williams de los 70, devolviéndole los colorines del traje original y haciéndolo detener la pelea para salvar civiles.
Parece que el planteamiento a futuro de Snyder era una trilogía en la que Superman se volvía «malvado» debido a que la muerte de Lois Lane lo hacía perder su contacto con la Humanidad. Versiones más maduras del personaje, como la del antes mencionado Mark Waid en Kingdom Come, adaptada a versión televisiva de Crisis en las Tierras Infinitas con el rostro de Brandon Routh, hablan de un Clark viudo doliente pero que, básicamente, sigue siendo un hombre bueno. Obviamente Lois es importante, pero hay dos personas que lo son aún más en la persona que es Superman: sus padres.
El Superman macarra, que amenaza con destrozar todo a su paso y no piensa en las consecuencias de sus actos sobre quienes no tienes sus poderes, apareció en la versión del Universo DC de los comics llamada ‘Los Nuevos 52’. Era la interpretación de El hombre de acero de Snyder, sin el calzoncillo rojo y con su nihilismo y violencia. Dos justificaciones se brindaban al lector: el alineamiento permanente sentido por el Clark niño debido a su condición de último kryptoniano y la temprana muerte de sus padres cuando aún era joven.
Geoff Johns, el escritor más importante de DC Comics en el siglo XXI lo arregló en la miniserie Doomsday Clock, en la que enfrenta a Superman con su versión nihilista y descreída, el Doctor Manhattann de Wachtmen. Este tiene una visión recurrente en la que cree que está destinado a ser asesinado a manos de Clark, pero cuando descubre que realmente lo que estaba destinado a ocurrir es que, a pesar de considerarlo un villano, este le salvase la vida, decide «arreglar» el pasado y devolverle su cualidad de símbolo de la esperanza. ¿Cómo? Impide que mueran sus padres, luego Clark es criado con amor, y «resucita» a la Legión de Superhéroes -amigos de juegos del joven Superboy- y la Sociedad de la Justicia -héroes de la Segunda Guerra Mundial que le sirven de ejemplo-.
Un boy scout para salvarlos a todos
La educación del joven Kent fue la de un granjero de Kansas. Las versiones modernas de la cosmopolita Lois Lane llaman a su marido «Smallville» como apodo cariñoso para recordarle su constante actitud ingenua, impropia de un periodista en la bulliciosa Metrópolis. En la celebrada miniserie Crisis de identidad, de cuyo intento de «adultizar» una época más inocente de los comics DC hablaremos otro día, Clark descubre una pista sobre un posible agresor de la pareja de otro héroe porque reconoce un nudo de boy scout. El cínico y resabiado Flecha Verde disimula una sonrisa bajo su bigote de mosquetero para pensar «Boy scout, ¿eh? Lo quiero y lo odio al mismo tiempo».
A estas alturas del desarrollo del género superheroico cualquiera puede derribar paredes de un solo puñetazo, pero solo uno elige no hacerlo. Bueno, no. Es que ni se le pasa por la cabeza. El mencionado Geoff Johns retrataría perfectamente al personaje en una viñeta de fondo de una gran batalla en La Guerra de los Sinestro Corps, una historia que ni siquiera es de Superman. El malvado cyborg Hank Henshaw le grita: «No puedes matarme, Superman», como buen villano teatrero pasado de vueltas. Clark responde: «La verdad es que nunca lo he intentado». Podría partir la Tierra en dos de una patada, pero ni se le pasa por la cabeza. Es el hijo de un granjero.
Pa y Ma Kent son los personajes más importantes del Universo DC o de la historia de los superhéroes porque sin ellos no existiría Superman, antes que sin sus padres kryptonianos del cielo. Clark Kent creció como un niño adoptado, sí, y posiblemente el único de su clase, pero también como un joven de Kansas normal y corriente enamorado de su vecina pelirroja y al que le gustaba el fútbol americano.
Umberto Eco en los 60 vio una sociedad uniforme que producía individuos mediocres en serie y que se revelaban de sus vidas prefabricadas pensando que su verdadero yo era el superhombre que se escondía bajo su gris cotidianidad. En nuestro presente de narcisismo y sobreexposición, en el que se nos dice que somos capaces de todo si nos lo proponemos y se nos invita de nuevo al nihilismo y la condescendencia, Superman vuelve como todo lo contrario. La certeza de que, pudiendo hacer cualquier cosa, existe dentro de nosotros la capacidad de elegir el amor y cuidar a los demás.
Esa es la verdadera esperanza. Eso lo que le debemos a la madre de Superman.
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