La premisa de ¡García! es la misma que la del Capitán América. Un supersoldado de los años 40 queda congelado durante una batalla y es resucitado más de 60 años después. A partir de ahí tendrá que adaptarse a un mundo que no comprende mientras aplica unos ideales heroicos que se perciben como anticuados o incluso retrógrados. Demasiado en blanco y negro frente a un presente cínico y lleno de ambigüedades.
Solo que en los años 40 en España no había un Steve Rogers. Había un García.
El personaje de Santiago García y Luis Bustos está basado sin ningún disimulo en Roberto Alcázar, la popular historieta de aventuras de la España de la posguerra. Siempre de traje, propenso a resolver los problemas a puñetazo limpio, educado y chulesco al mismo tiempo y con el peinado engominado de falangista tópico. Mucho se ha especulado sobre la inspiración de su aspecto en el de José Antonio Primo de Rivera, ya convertido en el mito del Ausente cuando se publicó el tebeo por primera vez. Aunque el dibujante original, Eduardo Vaño, siempre lo negó, y muchas de sus aventuras fueron escritas por José Jordán Jover, antiguo combatiente republicano.
A efectos de ¡García! el héroe de papel y el falangista son equivalentes, y así serán trasladados a la actualidad.
García, el personaje, es un agente secreto y supersoldado -aunque nunca se lo llame así- que queda atrapado en animación suspendida en los 60 -bajo el Valle de los Caídos- y es despertado en 2015 por accidente. Se encuentra una España en crisis, con la corrupción campando a sus anchas y los valores que defendía obsoletos. Al mismo tiempo seguirá intentando defender una cierta idea de justicia junto a Antonia, periodista comprometida y de izquierdas, además de la hija de su antiguo ayudante Jaimito. Este trasunto de Pedrín es ahora un anciano, don Jaime, símbolo de la generación Tapón, que maneja el Servicio Privado, un CNI paralelo que se encarga de asuntos sucios para el Gobierno en los que este no puede mancharse las manos. Casi un cruce de Villarejo y el General Galindo, visto en perspectiva.
Del 15M al 1O
Los dos primeros tomos de ¡García! se enmarcaban en unas ficticias elecciones generales que enfrentaban a una especie de Esperanza Aguirre contra un cruce de Pablo Iglesias y Jean-Luc Mélenchon en mitad de unas protestas al estilo del 15M o el movimiento Occupy. En ellos la simplista visión del mundo de García era afilada por la compañía de Antonia mientras aprendía a aplicar su ideal de justicia a los tiempos presentes. Riki, el novio de la joven, llega a defenderlo con el famoso verso del Mío Cid: ‘¡Que buen vasallo fuese, si tuviese buen señor!‘. Uno que se enfrenta lo mismo a la Gürtel que a un pseudoGAL superheroico.
La tercera entrega, recién publicada por Astiberri, traslada al personaje a Cataluña poco después de la crisis del 1O. Han pasado cuatro años desde la publicación del anterior episodio y parecen veinte, pero incluso la «actualización» de sacar a Antonia y García de su entorno madrileño se queda anticuada tras este 2020 de pandemia y extrema derecha. Ya en las primeras aventuras se bromeaba atribuyendo al protagonista simpatías políticas que para él no significan nada. Porque García no es que no sepa qué es el PP, es que para él Manuel Fraga es un personaje menor que por lo que sabe ni ha sido ministro. Así que Vox se le antojaría una cosa tierna. O no, ya lo descubriremos.
En esta ocasión uno de los secundarios más interesantes -y abyectos-, Aquilino González Lepanto, trasunto pasado de vueltas de Federico Jiménez Losantos, al mismo tiempo un tipo cultísimo, idealista y conocedor de los resortes del Estado que un radical violento propenso a la conspiración, afirma representar a un «nuevo partido». Uno que piensa en «patria y tradición». En su nombre acude a negociar con el presunto villano del tomo, El Almogavar, un catalanista irredento, para pedirle financiación. Entre otras cosas «porque son más útiles para sus fines» que la derecha moderada.
Todo, además, con un partido de la selección de fútbol en el Camp Nou en el que el capitán del equipo es un cruce de Piqué y Xavi Hernández de cuyas filias políticas se duda.
Temas estadounidenses con narrativa japonesa
Santiago García, escritor de El vecino o Las meninas, se divierte burlándose de los orígenes de la burguesía independentista y de los delirios imperiales de la españolista mientras redime a García otorgándole una subtrama de supersoldado gringo: tiene recuerdos ocultos. Como muchos agentes secretos de la ficción, este Roberto Alcázar dulcificado por el salto temporal llevó a cabo misiones que no recuerda y cuyos fantasmas lo persiguen. Aunque se defiende ante Antonia alegando que siempre persiguió criminales y no disidentes políticos, sabe que su cabeza le engaña y sospecha que los supervillanos a los que se enfrentaba eran apenas un montaje.
El dibujo de Luis Bustos, que entre un ¡García! y otro realizó Puertadeluz, con la que podría compartir universo, estiliza la violencia para marcar el tono en los momentos más exageradamente POP, como el salto al vacío desde la cruz del Valle de los Caídos o el accidente del AVE en la Estación de Sants, en un tono intermedio entre el Superman de Grant Morrison y el episodio del monorrail de Los Simpsons. Aparte, su tendencia a la poética y la grandilocuencia emparentan al cómic más con el manga de mafiosos al estilo de Crying Freeman -y es que García, al igual que Mr. Yo, es un asesino elegante que mata sin arrugarse el traje y mientras vuelan flores a su alrededor-.
¡García! tiene mucho que ver con la mencionada El vecino. Más explícitamente política, eso sí, aunque a la otra la adaptación de Netflix le haya dado un giro reivindicativo de barrio, pero con un tono más trash y menos realista. Comparten la inmersión del superhéroe en un contexto de costumbrismo español mediante la que se busca la naturalización de los elementos que hacen sostenible uno y otro tipo de ficción. En ese sentido el shock cultural de García al salir de su cripta y tropezarse con la tumba de Franco o acudir a una fiesta de pedida de compromiso y descubrir que es entre dos hombres lo convierte en, como decíamos al principio, un Capitán América inverso -y hay guiños directos a su versión en The Ultimates, como el reencuentro con Jaimito/Bucky-.
Recordemos que aunque violento, el personaje es básicamente una buena persona y aprende a base de las circunstancias y el ejemplo de su compañera más joven. Su pasado al servicio del fascismo se condena explícitamente. De la misma manera la idea de justicia o sus modales son, en ocasiones, ofrecidos como no tan malos: su debut en el metro del siglo XXI será obligando a un gamberro a ceder el asiento a una anciana. Dejaremos para otro día hablar de la imagen heroica de José Antonio, el Ausente, defendida incluso por novelistas «progresistas» como Eduardo Mendoza en Riña de gatos. Madrid 1936 o Carlos Rojas en la muy recomendable Memorias inéditas de José Antonio Primo de Rivera.
La crisis de los buenos vasallos
La ficción patria procesa la crisis de régimen que arrastramos desde 2011 como puede, por lo que ¡García! emparenta con la reciente serie de Netflix Los favoritos de Midas, películas como El reino o productos más desmelenadamente kitsch como La casa de papel. Desde luego es el primer artefacto netamente POP que se atreve a reírse de la crisis catalana y a poner en igualdad, para mal, a ambos nacionalismos. Incluso, aunque sea de soslayo, el primero en tratar el regreso de la extrema derecha al arco parlamentario español.
Pero con quien se da la mano de verdad ¡García!, aunque ninguna de las dos parezca saberlo, es con El Ministerio del Tiempo. Lo es en la relación que establece, más que con la Historia de España, con el relato que sobre esa Historia nos hemos contado en sus últimos años. García, el personaje, es un primo lejano de Alonso de Entrerríos, ese Alatriste deconstruido y guardia civil del tiempo. Los une la medida en la que son capaces de modular su identidad «española», por decirlo así, para comprender que esta no debe ser excluyente sino evolucionar, de manera que abrazan las diferencias de quiénes han surgido de ella con la misma legitimidad que podrían tener ellos mismos.
Esta identidad de Entrerríos o García, en última instancia, es la de unos creadores culturales en pugna con las mismas raíces del espacio simbólico en que se mueven. Un intento de reconciliar la disonancia cognitiva constante de un relato heredero del Franquismo y los valores actuales, además de la invasividad del imaginario POP estadounidense o japonés con el deseo de ver los referentes propios exorcizados en la ficción.
Que funcione o no más allá del discurso, como los célebres debates en Twitter sobre «resignificar la bandera», es otra cuestión. Pero al menos, como dijo un tipo al que acabaron quemando en la hoguera, se non è vero, al menos que sea molto ben trovato.
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