El Ministerio del Tiempo continúa con su particular relato subversivo de la identidad española. Subversivo, porque no se ajusta a plantillas, no quiere ser ni azul ni rojo, no renuncia a la reivindicación de lo propio pero evita a toda costa, e incluso se burla directamente, de las esencias identitarias más rancias. Un relato en positivo de una España que disfruta de su pasado sin complejos pero no se deja arrastrar por él. Porque esta serie, que es fantasía más que ciencia-ficción, intenta ser pedagógica, pero no es una serie sobre la Historia, sino sobre cómo la vivimos y para qué podemos usarla.
El capítulo ‘Tiempo de Leyenda’ es una suerte de versión española del Robin Hood de Ridley Scott. Vuelve al Cid realista y legendario a la vez, por un lado admitiendo que el Rodrigo Díaz histórico, de existir, debió ser un mercenario sin escrúpulos y una mala bestia, por otro lado ‘creando’ la leyenda y defendiéndola como ‘real’ y válida, aunque en un giro cínico e idealista. Igual que el Robin Longstride de Scott es noble y plebeyo, real y leyenda, por el giro de la suplantación de identidad, el Cid puede ser realista y legendario, mercenario sin escrúpulos y héroe dispuesto a sacrificarse por un bien mayor. Que enfrente estén los almorávides, la España de Franco o la mediocridad corrupta actual, lo mismo da.
De alguna forma, Olivares, Vigil y compañía han resuelto la paradoja, y lo que nos están diciendo es que nosotros somos la leyenda del Cid. Que el Rodrigo Díaz real debió ser muy diferente a la versión que nos vende el Cantar, aunque es casi imposible saberlo, pero que si nos quedamos con los ideales que la obra artística quiso transmitir, ese Cid heroico y desinteresado puede existir porque nosotros -los españoles herederos de la mejor de las tradiciones de nuestra identidad- lo encarnaremos. No se está poniendo el acento en el hecho histórico, sino en cómo lo leemos desde 2016. De hecho, el funcionario que renuncia a todo por cumplir con su deber es un ejemplo mucho más cercano y positivo para nosotros, y que su año de origen lo sitúe en el Franquismo le da un giro aún más trágico a su historia.
Así, el ‘verdadero Cid’ es este Rogelio Buendía que ha renunciado a todo por cumplir su misión, ya que encarna los valores de nobleza, sacrificio y tolerancia de la leyenda. El breve diálogo de Jimena apunta a un Rodrigo ‘auténtico’ que no debía ser precisamente un buen marido y que habría perdonado el maltrato de los infantes de Carrión a sus hijas. Es decir, un Cid con unos valores ‘actuales’ es mejor que cualquier posible referente histórico. Para reivindicarlos no es necesario que exista, sólo vivirlo así.
Por un lado, este Cid es la clásica paradoja circular explotada hasta la saciedad en Doctor Who, uno de los referentes de MdT: el Cantar de Mio Cid y la leyenda existen porque alguien que ya las había leído viajó en el tiempo y las recitó –entonces, ¿quién escribió el Cantar?-. De nuevo, El Ministerio del Tiempo respeta la que ya es una máxima evidente pero no admitida: en la serie nunca se cambia el pasado, es que en los acontecimientos históricos ya está incluido el viaje. Es la teoría del universo consistente.
Por otro lado, el capítulo actualiza y vindica la esencia del Cantar, el verso número 20, el más famoso: ‘¡Dios, que buen vassalo! ¡Si oviesse buen señor!‘, que proclaman los habitantes de Burgos mientras ven marchar a Rodrigo al exilio por la arbitrariedad de Alfonso VI. Por eso todas las tramas del capítulo giran en torno al deber y el sacrificio de los soldados y funcionarios españoles, y la ingratitud de unos gobernantes ineptos.
Ambrosio de Spínola, pues, no se recupera porque sí, aunque la presencia de Ramón Langa ayude. Ese comandante genovés, quizás tan mercenario como el Cid -si nos ponemos cínicos, sólo protegía una inversión familiar-, pero que lo dio todo por un Imperio desagradecido, siendo capaz de pagar de su bolsillo los sueldos de unos hombres a los que el Rey ignoraba. Un paralelismo doble vive este Spínola: con el Cid y con Salvador Martí, ese jefe del Ministerio que tiene que lidiar con políticos irresponsables y protege a sus subordinados. Blas de Lezo, paciente de Julián, combina con sus situaciones.
Aquí la serie ha jugado a ser mucho más sutil que en el capítulo dedicado al Lazarillo de Tormes de la primera temporada, por ejemplo. La manera en la que se relacionan la peripecia del argumento y el subtexto de la historia alcanza las mismas cotas de excelencia que en el 1×08, ‘La leyenda del tiempo’, con el que este hace rima, ese capítulo dedicado a Federico García Lorca, en el que Julián, y junto a él, nosotros los espectadores y quizás los propios Javier y Pablo Olivares, nos enfrentamos a la inevitabilidad de la muerte.
Por este mismo mecanismo, Alonso de Entrerríos se confirma como el soldado español definitivo. Javier Olivares ya ha admitido en diversas entrevistas que para su hermano y él mismo, Alonso es el Soldado español de veinte siglos de la novela homónima de José Gómez de Arteche –que por cierto, era de Carabanchel, como el personaje de Julián-: un militar inmortal que forma parte de los ejércitos hispanos desde la época romana hasta el siglo XIX, la actualidad del autor. Alonso es ahora, además de Alatriste y del Comendador de Don Juan Tenorio -o el Capitán Centella, o una leyenda becqueriana-, el Cid Campeador, reforzando ese anonimato de la leyenda cidiana. No hay sólo un Cid. Cada funcionario y soldado que se sacrifica por unos valores superiores se convierte en el Cid.
También encarna a cada soldado español anónimo ese funcionario con la piel de David Sainz de Malviviendo, que con dos frases perfila una ética de la fiel infantería que rima con la del resto de personajes. Un trabajo que se vive como inútil -salvar a Viriato, cuando va a morir igualmente más tarde-, una rutina que incluye soportar en primera persona la injusticia y la locura de las decisiones de los poderosos -la Guerra de Cuba-. Buenos vasallos, malos señores.
En otra línea, la de atizar a la España de pandereta, el enjuague de la sustitución se ubica en los 60, en parte por la broma POP a costa del pobre Charlton Heston, pero también para lanzar una crítica inmisericorde a la chapuza nacional de la España franquista. Al colocar a Menéndez Pidal en el origen de la misión, nos están diciendo que el célebre historiador, indirectamente, ‘creó’ un Cid que era ‘mentira’, un comentario entre líneas que destila bastante maldad. El Cid falso se crea por culpa de Hollywood y un capricho del Franquismo, pero al mismo tiempo, lo supera. En esa autoconsciencia POP de la serie se enmarca también que por dos veces se reivindique, de pasada, la teleserie animada Ruy, pequeño Cid.
Que Rodrigo Díaz –¿de Vivar?– existiese o no, que fuese un héroe o un animal de bellota, es lo de menos para El Ministerio del Tiempo. Lo importante son los valores de la leyenda, que se presentan con un punto de cinismo, sin patrioterismos, siendo críticos respecto a nuestra Historia, pero utilizando ese bagaje para poner en valor lo mejor de nuestra cultura. Y que eso se haga de manera pedagógica, divertida, con varios niveles de lectura y en una televisión pública, eso, qué quieren que les diga, está muy bien.
En cierto modo, a mi parecer es la desmitificacion del personaje
Muy buena reflexión, no solo del capítulo, sino de la intención y objetivos de la serie. ¡Me ha encantado!