Desde nuestra perspectiva actual suena exótico, pero la creación del deporte profesional permitió convertirlo en accesible y popular. Julian Fellowes, creador de Downton Abbey (2010-2015), dirigió para Netflix la miniserie The English Game (2020), drama histórico que ficciona e idealiza la llegada del profesionalismo al fútbol británico en el siglo XIX a través de la figura de Fergus Suter, quien fue el primer futbolista en cobrar legalmente por jugar.
La serie expone a las claras, y en boca del antagonista que acaba convirtiéndose en aliado de Suter, el lord Arthur Kinnaird, la cuestión de los sueldos: si no se permiten, los obreros nunca podrán competir en igualdad de condiciones contra rentistas y nobles, por lo que no se podrá hablar de verdadero deporte. Se paga a los deportistas de élite por lo mismo que a los diputados de la cámara de los comunes: para que la competición sea justa.
The English Game fue traducida al castellano como Un juego de caballeros, con una ironía que no se escapa a nadie y que en realidad, en elipsis, también se encontraba en el título original. Los anglosajones tienen un retruécano sobre el particular: el rugby es un juego para animales practicado por caballeros y el fútbol un juego para caballeros practicado por animales.
Esta frase también la recogía Clint Eastwood en un drama político que apenas disfrazó de deportivo: Invictus (2009). Otra película que idealiza un episodio histórico y mezcla segregación y deporte, pero esta vez racial: la victoria de Sudáfrica en el Mundial de Rugby de 1995, que Nelson Mandela utilizó para cohesionar un país que acababa de salir del apartheid. Al contrario que en otros productos, el tema se explicita claramente, y Mandela se reúne con el capitán del equipo para pedirle la victoria.
Eastwood no tiene problemas en subrayar la cuestión de clase que acompaña a la racial y recoge en varias ocasiones la realidad de que el rugby es percibido como un deporte “de blancos” frente al inclusivo fútbol, que ya en los 90 tenía numerosas estrellas internacionales negras, desde Pelé hasta George Weah, Balón de Oro en ese mismo 1995. Weah, no por casualidad, es Presidente de la República de Liberia desde 2018.
Subiendo las escaleras
Rocky (1976) es claramente una historia de desclasamiento, una según la versión estadounidense del underdog que recibe una oportunidad, pero que busca la creación de un héroe popular. El campeón Apollo Creed, parodia de Muhammad Alí, decide dar la oportunidad de disputarle el título a un cualquier, un chico italiano de Filadelfia que fuma mientras entrena y malvive haciendo de matón para un mafiosillo local.
La redención de Rocky se va desvirtuando conforme avanzan los filmes, y de la Rocky II (1979) donde los chicos del barrio se unen a su entrenamiento subiendo las famosas escaleras del Museo de Arte de Filadelfia pasamos a unas Rocky III y IV (1982 y 1985) en las que el reaganismo se cuela más sutilmente con su defensa de la familia tradicional y menos con el enfrentamiento al campeón soviético Iván Drago.
Muchos años después Rocky Balboa (2006) redimiría a la saga de todos sus pecados. No solo es que el protagonista vuelva a perder el combate decisivo, es que los títulos de crédito se acompañan de vídeos caseros en los que fans anónimos se graban subiendo las escaleras y alzando los brazos como su héroe. Perdonadme, chicos, parece decir. Todos volvéis a ser Rocky, como siempre debió ser.
La reciente Garra (2022), de Jeremiah Zagar, se inserta en esa tradición de idealización del deporte profesional que crea héroes populares cuya hazaña, aunque no se explicite, es desclasarse. Protagonizada por Adam Sandler como un ojeador de los Philadelphia 76ers de la NBA, su localización no es casualidad. El coprotagonista es un jugador real, el español Juancho Hernangómez, aunque su personaje poco tiene que ver con la carrera del mismo.
Garra es una magnífica obra de entretenimiento llena de amor por el deporte, guiños a los aficionados y frecuentes cameos de jugadores retirados o en activo. La cinta sabe unir los intrincados recovecos deportivos del acceso a la NBA con temas sociales obvios para un estadounidense.
Stanley Sugerman, el ojeador, es un hombre blanco casado con una mujer de color, hija de una antigua leyenda del equipo. Su entorno social y familiar es en su mayoría de personas negras de Filadelfia y su nuevo pupilo, Bo Cruz (Hernangómez) es presentado como un joven de un barrio deprimido de Barcelona.
En un clásico de la ficción deportiva, el peor enemigo de Bo es su propio temperamento, y entre él y Stan se crea un vínculo casi paternofilial, basado en el deseo de ambos de estar con sus familias. Cuando Bo cae en las provocaciones de un rival durante el proceso de selección, Stan y su hija adolescente consiguen que tenga otra oportunidad en la NBA con vídeos virales desde canchas callejeras en los que lo apodan “la Boa”. Al final, se convierte en jugador de los Celtics de Boston y Stan cumple su sueño de ser entrenador asistente de los 76ers.
Los hijos del Capitán Trueno
La paradoja es que Hernangómez no es un talento natural que se gana unos dólares apostando en canchas amateurs. Se formó en el Club de Baloncesto Las Rozas, debutó en la ACB con 19 años y llegó al Draft de la NBA con 21. Su madre no es un ama de casa que malvive limpiando escaleras, sino Margarita ‘Wonny’ Geuer, jugadora sevillana de padres alemanes que lideró la victoria española en el Eurobasket de 1993. Su padre, Guillermo Hernangómez, se formó en las inferiores del Real Madrid y jugó en la ACB en las filas de Estudiantes, entre otros. Su hermano mayor, Willy, y su hermana menor, Andrea, también son baloncestistas profesionales.
Lo llamamos ‘Juancho’, pero eso no quiere decir que sea el héroe de barrio de Garra. Los deportistas de élite actuales poco tienen que ver con ídolos como el malogrado Juanito del Real Madrid de los 80 o el Maradona de Villa Fiorito (que idealiza la serie Maradona, sueño bendito). Se trata de niños de familias acomodadas que entraron en escuelas deportivas de pago y escalaron por las inferiores de clubes de primer nivel. Dos ejemplos serían los actuales futbolistas de la Selección Española Dani Olmo (hijo del exjugador y entrenador Miquel Olmo) o Álvaro Morata (hijo del ex director comercial de la cadena SER y COPE Alfonso Morata).
Pero siempre queda esperanza. Si las lesiones lo respetan, a Olmo y Morata los acompañará en las convocatorias Anssumane ‘Ansu’ Fati. Jugador del FC Barcelona, nacido en Guinea-Bisáu, vino a España con seis años al municipio sevillano de Herrera, donde trabajaba su padre. El empleo se lo buscó un amigo, Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de la vecina Marinaleda, para que Bori Fati pudiese regularizar su situación y traer a su familia con él.
Si todo va bien y seguimos aquí, estaría bien ver algún día una película sobre como un joven africano jugador de un equipo catalán se convirtió en la mayor estrella de España gracias a la ayuda del último alcalde comunista de Andalucía.
Deja una respuesta