La columna de fuego

Perdidos, en mitad de la noche, caminamos.

Envueltos en nuestras mantas, tejidas cuando aún servíamos al faraón, que cada día sacudimos de piojos. Apretamos a los niños, temblorosos de frío, contra nuestros cuerpos. Agarramos a los ancianos para que se apoyen en nosotros. No tenemos más que nuestras herramientas y las historias de nuestras abuelas.

En el desierto, las noches sin Luna son eternas y los días sin nubes no tienen final.

Nada somos. Nada esperamos. Nada tenemos.

Solo la columna.

La columna de fuego.

Moisés nos insiste en que nada hace ni nada puede sobre ella. Otros dicen que la convoca él mismo, cada noche, cuando se reúne en su tienda con el ángel del Señor. Da igual quién le pregunte, se niega a explicarnos qué es la columna más allá de uno de los prodigios que fueron anunciados. Según Aarón es el mismo ángel del Señor cuando sale del Arca, enviado para guiar a su pueblo. Según Josué es el mismo reflejo de la Gloria de Jehová, tan poderosa que solo puede ser contemplada ardiendo por los ojos humanos. Según Myriam es el reflejo de la llama que arde en todas las almas de todos los hijos de Israel, entregada por Lilith a Abraham y custodiada por Sarah.

No lo sabemos. No nos importa. En mitad de la larga noche, la columna de fuego nos ilumina y calienta nuestros huesos.

Pero siempre hay unos momentos que nos recuerdan al día que atravesamos el Mar Rojo. Esos lentos instantes en los que las estrellas aún no se han definido tras caer la manta negra de la noche. En los que la Luna permanece oculta y todo es silencio. En ese breve espacio de tiempo la arena bajo nuestros pies está helada, nuestro aliento se nos atasca en el paladar y todo un pueblo se convierte en niños perdidos.

Y a tientas en la penumbra nos agarramos de las manos sin saber quién nos sostiene del otro lado, tan solo que es igual que nosotros, otra alma que busca la libertad y teme el olvido. En ese instante nuestros corazones se detienen todos a la vez entre dos latidos.

Y entonces, aparece. Unos dicen que desciende, pero para la mayoría simplemente antes no estaba y luego arde ante nosotros. Primero es un chispazo, luego un pilar desde el suelo hasta el cielo, ancha como la pirámide, ridiculizando con su potencia a la esfinge.

La columna de fuego.

Entonces caminamos, respiramos, sacudimos nuestras mantas y continuamos nuestra marcha tras Moisés, porque ya ni la oscuridad puede detenernos.

Pues nos han prometido una tierra que mana leche y miel.

Y sabemos que la noche eterna siempre acaba.

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One Comment

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  1. Me gusta. A ver esa novela…

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